El faro de Lucas Ferrere

No se en qué momento decidí venir a este lugar, pero junté mis cosas y me marché.
El faro estaba disponible para que cualquier persona lo cuidara durante un período de seis meses. Era increíble, la vista no se comparaba con nada de lo que había visto antes. Tenía una mujer (Serena Colignon) que venía los fines de semana a limpiar la casa y un señor (Salvatore Degenaro) que aparecía cada quincena para revisar que la luz del faro anduviera bien.
La paz me inundaba por completo. Todo iba a la perfección.
Fue un fin de semana de abril. Serena no había aparecido y a eso de las tres de la tarde del viernes, una chica tocó a mi puerta.
- Bonjour. Je suis Marcella Boucher.
- Excusez-moi, je ne parlent pas français.
- Oh, mil disculpas señor Ferrere.- dijo la muchacha, algo avergonzada.
- Lucas, por favor, llámeme Lucas. 
- Lucas, vengo a suplir a la señora Colignon en la limpieza. Ella está muy enferma.
La dejé pasar  y la observé durante las siguientes dos horas. Marcella era hermosa, el pelo azabache le acariciaba la espalda mientras limpiaba los ventanales de mi hogar. Unos ojos color esmeralda me increpaban cada vez que sentían que fijaba la mirada en su figura. Agraciada, con movimientos casi angelicales. Me tenía estúpido.
Durante los siguientes meses de mi estadía, esperaba el fin de semana con ansias, sabiendo que cada uno de ellos era una nueva posibilidad de rendir a Marcella a mis pies, de poseerla, de robarle al día las horas sagradas del amor... de empezar a vivir a su lado.
"¿Qué me pasa?, no hace más de un mes que la conozco y ya planeo mi vida con ella", pensé una mañana, mientras tendía mi cama. Se sentía realmente bien.


Fue en junio que el señor Degenaro me pidió que lo acompañara a ver la luz del faro. Él ya estaba viejo y temía subir las escaleras solo.
Mientras cambiaba un cable estropeado en el circuito del reflector, Salvatore me contó sobre sus hijos. Tenía un adolescente de dieciocho años algo rebelde, pero bien educado. Luego estaba Miranda, una joven de veintitres y por último, ese hijo mayor que se había ido de casa hace un tiempo. No hablaba mucho de él, pero por la tristeza en su mirada, supe que lo amaba con la intensidad de la mismísima luz de mi faro.
- En fin, mi pobre pichón voló del nido demasiado temprano. Su madre y yo aún esperamos su regreso.- Dijo él, dándome una palmada en el hombro.
Cuando bajamos, descubrimos que Marcella no estaba en la casa. Recorrimos los alrededores y tampoco la hallamos. 
El corazón se agolpaba y parecía mil. Mil corazones latiendo en el mismo pecho, asustados, rompiendo su caparazón de tejidos, de carne, arremetiendo contra mi tranquilidad.
Salvatore me miró y sonrió. "Hijo mío, ¡estás reaccionando!", dijo él. "¿Reaccionando a qué? ¿Dónde está Marcella?", le grite. En ese mismo instante, todo se detuvo. La vi, en el medio de la enorme masa de agua, flotando suavemente, empujada por las olas.
Dejé al señor Degenaro en ese lugar, me quité los zapatos y comencé a nadar. Nadé y nadé... y el corazón ahora era millones. Continué nadando y justo cuando estaba tomando la mano de Marcella... todo desapareció.

Un techo blanco. Salvatore y la señora Colignon sostenían mis manos y lloraban a un lado de la cama.
- ¿Qué pasó? ¿Marcella está bien? ¿Me ahogué? - Estaba tan confundido...
Los dos me miraron y se hizo luz en sus rostros. 
- Mi amor, hijito amado. ¡Está despierto, doctor!, ¡está despierto, mi hijito está vivo! - Gritaba Serena Colignon.
No lo comprendo. ¿Por qué Serena me llama "hijo"?, ¿por qué Salvatore lo hizo hace un momento? ¿Qué pasó con Marcella?
Un médico ingresó al cuarto. Me tocó la frente, el brazo derecho, revisó unas máquinas ruidosas ubicadas al otro lado de la cama y les pidio a los ancianos que dejaran la habitación. 
- Lucas, ¿cómo está?
- Bien, pero no entiendo nada. ¿Dónde está Marcella?
- Su mujer está bien, Lucas, está en su casa. La mandé a casa anoche, llevaba más de tres meses en el hospital. Me dijo que no se podía separar de usted, pero ya era demasiado.
- ¿Mi mujer? No, estás equivocado, Marcella es la chica, la francesa que limpia el faro. Doctor, ¿qué pasó en el mar?
El hombre me miró extrañado unos segundos, pero luego comprendió.
- Lucas, no hubo un faro ni un mar...
- ¿Qué pasó, doctor? - Las lágrimas me quemaban las mejillas.
- Usted y su mujer estaban en el colectivo que volcó hace tres meses en la ruta 11. Ella sufrió lesiones leves, en tanto a su salud, señor Ferrere, no tuvimos tanta suerte.
- Pero entonces... Serena y Salvatore...
- Las personas que estaban en la habitación eran Martín y Alicia Ferrere, sus padres. 


El faro se veía tan real. Ahora entiendo por qué Salvatore nunca hablaba de ese hijo que se había ido de casa, por qué estaba tan perdido en los ojos de Marcella sin haberla conocido. Ahora entiendo que el faro fue lo que me mantuvo vivo en mi viaje, hasta regresar a casa. Estoy en casa... y este sí que es un paisaje que no se compara a nada de lo que había visto antes.

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