Docentes

Estoy rodeada de futuros docentes. Les tengo un respeto enorme a esas personas.
Desde chiquitos siempre puteamos a nuestros profesores y nunca le dimos la importancia que se merecían. Si nos desaprobaban eran "viejas de mierda" y "malparidos", pero esa gente estaba construyendo nuestro mejor arsenal: la educación.
Me resultan personajes admirables por el simple hecho de atreverse a darle herramientas a alguien que realmente no tiene ningún interés en usarlas. De grandes nos avivamos que esas herramientas son lo único que tenemos para asegurarnos una vida.
De no ser por María Cristina Latorre, Carolina Alarcón, Liliana Vidal y Gabriela Monzón, probablemente todavía seguiría pensando qué quiero hacer con mi vida.
En las clases de Cristina me la pasaba dibujando. Un día, mis compañeros estaban haciendo una actividad y yo estaba dándole color a un perrito con uno de mis innumerables lápices. La vi acercarse y pensé: "Acá me reta. Voy a pasar vergüenza adelante de todos..."
Llegó a mi banco y me dijo:  "Cuando era chica, tenía una colección de lapicitos de un centímetro. Cuando se les terminaba la mina y ya no podía pintar, los guardaba así".
Más tarde me propuso que, para que se me hagan más divertidas las clases de Lengua, ilustre todo lo que escribo al final de la hoja. No recuerdo la última vez que me desagradó esa materia.

Carolina Alarcón daba clases en otra escuela, con una realidad muy diferente. Los chicos que iban ahí eran bastante desganados para todo, como si fueran a la escuela por amenaza.
Yo tenía quince años y ni un solo amigo sano. Sentía que si mi vida se terminaba ahí, iba a estar todo bien. Era una depresión típica de adolescente solitario, sumada al hecho de ver a todos mis allegados perdiendo la dirección y las ganas de vivir. "Dime con quien andas y te diré quién eres"... las influencias valen mucho.
Cristina había fallecido hacía dos años y mi voluntad de escribir estaba hecha añicos. No leí un libro durante mucho tiempo...
Pero entonces Alarcón hizo algo que nunca me voy a olvidar.
¿Viste que en la secundaria siempre te obligan a leer un libro super aburrido que terminás odiando? Bueno, ella dijo: "Elijan un libro de sus bibliotecas. No importa qué tan largo sea, no importa si es una novela o un cuento infantil... elijan uno, léanlo y hagan una reseña con lo que ese libro les dejó".
Llegué a casa enojada y agarré el primer libro que encontré... bendita la suerte que nos deja bien parados ante la desgracia.
"El caballero de la armadura oxidada", de Robert Fisher. Es básicamente un libro de autoayuda, escondido en la historia de un caballero que aprende a vivir con amor, alegría y humildad.
¿Por qué, profesora? ¿Por qué ese fue el primer libro que vi? ¿Por qué justo en el momento en el que no pretendía nada de mi misma ni de los demás?
Nunca lo sabré. La cuestión es que mi reporte fue el primer texto con autocrítica que escribí en mi vida. Ese libro salvó mi capacidad de maravilla infantil. Ese libro me devolvió la luz a los ojitos que querían sentir que eran fríos y aburridos. Fisher me dio, en poquitos capítulos, la razón más grande para vivir.

El tema con Liliana Vidal fue más simple. Yo aún no tenía en claro mi camino, pero ella me dejó dos libros importantes:
"Cruzar la noche", de Alicia Barberis. Habla sobre la travesía de una chica por recuperar su identidad luego de la dictadura del '76.
"La bella jardinera", de Antonia Michaelis. Esta historia trata sobre una mujer en un cuadro de Max Ernst que se escapa del mismo... y la osadía de un personaje por devolverla a su lugar.
La imaginación volvió a florecer con este segundo. Recomendadísimo.

Con Gabriela Monzón terminé de definir mi camino. Esa mujer tiene más pasión por la Literatura, que cualquier otro ser humano que haya conocido en mi vida.
Nos hizo armar una biblioteca común con libros de cada uno... pero lo mejor eran los que ella traía. En un mes leí ocho libros. Me fascinó. Ya no pude parar de leer.
Su pasión y energía se transmitieron. Supe que si quería algo para mi vida, iba a estar entre esos amigos de papel y la puesta en manifiesto de la imaginación en su más puro estado.

Gracias a estas cuatro mujeres, yo tengo las herramientas necesarias para seguir aprendiendo y creciendo en este ámbito.
Gracias a todos los docentes del mundo, de jardines, primarias, secundarias, nocturnas, universitarios, especiales y particulares.
Gracias por legarnos las armas para nunca perder el camino.

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