Un abstracto apego

Se sonríe, no entiende muy bien de qué se trata.
Alguna vez fue hombre, alguna vez fue flor, quizá hasta podría haberlo encontrado en los ojos de un ave, hace ya muchos años.
Se desliza entre la gente cual sisa volátil. Ligero pero insistente, como pluma presa del viento.
Se alebra ante la oscuridad, martiriza a los malnacidos. Se maravilla con un mundo que alguna vez le perteneció.
No hay reflejo que lo condene, ni musa que lo inspire. Viaja, porque solo así la energía se mantiene en movimiento.
A veces me llama, detenta mi cuerpo. Mi boca emite su voz, mis manos escriben su historia. Soy un simple medio entre su eternidad y nuestra fugacidad.
Ajeno a lo austero, cautivo de la osadía. Y quién sino yo, prófuga del sentido común, redactaría con suma paciencia un cuento mitral, que roza con la sinfonía de lo etéreo y lo tangible.
Mi humanidad le dio nombre, la fantasía, una imagen amigable. Es él quien se deleita cuando logramos lenguaje. Es él quien se abate cuando en la guerra lírica resulto dañada.
Busca en existir, la paz por la que vivimos luchando los que hacemos uso de la existencia. Encuentra, desnatado de la prole de aquella violencia, un camino sosegado entre sus labios y mis páginas.
Quizá mañana deba abrir la última puerta, la del adiós. Cuando parta hacia la luz nueva y ya no recuerde un pretérito turbio, la añoranza se incautará de mis días, enseñándome la senda de la acritud que demanda caminar el olvido.
Mientras tanto, él y yo trabajamos codo a codo por llenar hojas en blanco, descubriendo cada tanto, que hasta en lo más incorpóreo existe justicia por la proclividad y entelequia de prejuicios.
Amigo, anónimo para los que no quieren ver, prendado de los que ya no queremos cerrar los ojos.


De aquel verano...

Había canciones que marcaban su incompleta ausencia, como si aún pudiese sentir la calidez de esos labios inmortales, de ese cuerpo eterno, de sus brazos como refugio ante el enemigo a quien la propia mente dio a luz por miedo. ¿Miedo? El asesino de la belleza, de la paz, de lo perpetuo. Y era su paz la que no sobrevivió ante sendo contrincante.

Fueron tus ojos, fue tu piel, ¿o habrán sido tus manos?... ¡Culpables!, ¡todos culpables de esto!

Y entre la rebeldía de una juventud aún verde, las viejas canciones llenas de rabia y el sexo a la luz de la luna, se despojaron de todo lo que los hacía efímeros.

Se golpeaban, abrazaban, lamían y peleaban. Se amaban, se acurrucaban. Eran viento, eran sol, eran poesía viva.

Eran dos viejos amigos, casi hermanos de alma. Porque el amor no es más que una pequeñísima porción de lo que es un par. Dos amantes arriesgan a subirse a la cima de todo esto, pendiendo únicamente de una estructura basada en tres pilares: tu confianza, mi respeto y nuestro compañerismo.

Hicieron silencio. Ya habían hablado demasiado. Su paciencia se reducía a cenizas y sus cenizas se mezclaban con las del tiempo. Y éste pasaba, silencioso, como el asesino que esconde sus huellas.

Se veían, se enloquecían, perdían el hilo de la conversación. Un beso, dos, tres... una caricia, cuatro, cinco, seis. Alcanzó el diez con las manos, y de pronto todo se volvió un cero.

Y hubo terceros. Terceros, cuartos y quintos... y donde hay tres ya no hay dos. Y donde no hay dos, hay uno. Y en ese uno solitario, se puso a escribir...

"Había canciones que marcaban su incompleta ausencia... como si aún te sintiera..."