Algo que (quizás) nunca le conté a nadie

Todos los días me levanto temprano a estudiar. Se que algunos de ustedes lo hacen. 
No estudio simplemente por hacer algo. No estudio para que mis viejos, en las reuniones de amigos, den los logros de sus hijos en un catálogo de estrellitas doradas.
Estudio porque recién hoy, a mis viente años, me di cuenta de la importancia de tener una oportunidad de estudiar.

Cuando éramos chicos, todas las Navidades mamá nos decía: "No le pidan algo al Niñito Jesús, escriban en la carta 'lo que puedas traerme', así, si el Niñito se queda con poca plata, ustedes igual van a tener un regalito y no se van a sentir tristes de que no les pudo traer lo que querían". 
Durante doce de mis veinte años, escribí la misma carta: "Querido Niñito Jesús: traeme lo que vos puedas. Te quiero. Merce.". Durante doce de mis veinte años, tuve cosas muy lindas cada Navidad. No era el hecho de qué tan novedoso sea ese relojito, de qué tan lindo sea ese pony, de cuántos muñequitos me traía... era el hecho de que no esperaba algo en concreto, sino que cada Navidad ese personaje ficticio me traía una sorpresa, que para mí era genial. 

Mi viejo no tuvo la chance de estudiar. Creo que no llegó a completar la secundaria. Eso no hace que yo deje de estar orgullosa de él, pero habla de muchas cosas. Entre ellas, de todos esos regalos que les hubiera gustado darles a sus hijos en cada Navidad. Regalos específicos, no "lo que pueda traerles". 
Muchas veces me mimaba. Una vez me compró una bicicleta, a los quince me regaló un bajo y a los diecisiete me compró una guitarra. 
Cuando cumplí quince, no le pedí hacer una fiesta porque más o menos iba entendiendo el valor de la plata. Una fiesta, una noche de diversión... no se comparaba con un instrumento que me ayudaba a canalizar sentimientos y a componer melodías. El bajo era una inversión a largo plazo. 

Obviamente, mi adolescencia no fue como la de los chicos que fui conociendo. Yo no tenía una computadora que soportara los juegos que quería jugar, ni consolas nuevas o ropa de marca (que poquísimo me importaba, porque estaba en mi etapa más "punk" y lo único que usaba eran remeras de bandas y jeans gastados). Mi adolescencia fue linda así como fue. Aprendí muchas cosas y a veces me sentí "menos que el resto", pero nunca dejé que eso me impidiera tener amigos. Ese "menos" lo transformé en "no te compares con nadie, porque vos sos otra persona" y empecé a hacer cosas... cosas que me divertían o me hacían sentir mejor y ayudaban al resto de los Seres Humanos.
Tuve bandas, fui activista ocasional por alguna que otra causa, trabajé, conocí personas hermosas, hasta las personas que hoy son mis amigos más cercanos... mi hallazgo más valioso, mi recompensa de vida, mi paz, alegría y armonía (que no te rías con esta expresión, porque así llamamos al grupo y, de paso, a lo que me hacen sentir jaja). 

Todo esto me fue convirtiendo en esta persona que redacta. 

En fin, luego de varios trabajos pasajeros, alguien vino y me dio la oportunidad de tener un trabajo fijo. Cabe aclarar que estoy eternamente agradecida con esa persona y con quien me hizo llegar a esa persona. Ambos se preocupan por mí desinteresadamente y ese es otro regalo de la vida que me fascina.

Cuando empecé a trabajar, empecé a tener todas las cosas que me gustaban y mis viejos no me podían comprar. Y, a la vez, los ayudaba con las expensas de la casa y alguna que otra factura. Hablo en pretérito, pero es todo muy actual.
Entendí aún más el valor de la plata, porque ahora me la estaba ganando con esfuerzo. Aunque suene trágico, es algo muy lindo... es una enseñanza bastante fuerte, que te ayuda a investigar el mundo adulto sin siquiera estar en él. 
No soy más feliz que antes, todo es igual. La única diferencia es que ahora siento que si quiero algo, no tengo que forzar al pobre Niñito Jesús a que ahorre y me lo compre jajaja. 
Además de eso, y mucho más importante, puedo darme el lujo de no ver a mis padres tristes por la economía de la casa. Es un lujo enorme, después de tantos años de altibajos.

La razón de todo esto, es la de usar nuestras oportunidades. Mi viejo no tuvo oportunidades, pero le hubiera encantado tenerlas. Él trabajó desde que tiene memoria, pero reconoce que le hubiera encantado estudiar y poder darle todo a su familia. En realidad, nos da todo... pero no todo lo que él quisiera.
Si vos tenés oportunidad de generarte aún más oportunidades, no la desperdicies. Algún día vas a querer tener una familia (o quizás no, pero pongamos en texto que sí) y les vas a querer dar todo.

Todos los días me levanto temprano a estudiar, feliz de poder hacerlo. Feliz de poder, en un futuro, darle a los míos todo lo que pueda darles. Feliz de saber que algún día sabré todas las cosas que me gustaría saber, feliz de que la carrera que elegí me motiva. 
Pero sobre todas las cosas, feliz porque aquel que no tuvo una oportunidad, se rompió el lomo durante 45 años para darme una a mi. Y ese, querido lector, es el regalo más grande que tuve en la vida.