Esa tarde escribí un cuentito, que después pensé que sería más apropiado para nosotros, los grandes.
Esto no es al azar, sino una aprendizaje que me tocó experimentar y que me gustaría compartir, por si alguno se siente solito en el papel de alguno de mis personajes y necesita un ratito de comprensión.
Sabrina y sus dos gatitos
Cuando Sabrina cumplió nueve años, sus padres le regalaron un gatito al que llamó "Bigotes".
En realidad, ella había pedido "una mascota" pensando claramente en un perro. La decepción al ver al pequeño felino con su collarcito celeste... fue terrible.
Durante siete meses, Bigotes la buscaba por toda la casa para jugar, pero ella lo espantaba con un golpe en la cabeza. El minino no entendía por qué su amiga humana no lo quería, pero seguía intentándolo una y otra vez.
Al cabo de mucho tiempo e incesante desdén por parte de la niña, Bigotes entendió que ya no valía la pena seguir anhelando su cariño y se escondió abajo del sofá, para saber si ella aunque sea lo extrañaba un poquito.
La mamá de Sabrina se puso loca. Lo buscó por todos lados y no logró encontrarlo. Entró a la habitación de la muchacha, esperando que estuviera con ella, pero tampoco hubo caso.
Bigotes sufrió el infortunio de escuchar a la niña gritar: "¡Es mejor que se haya perdido ese gato feo!".
Con la cara llena de tristeza y maullando una canción de desamor, el gatito se escapó de la casa y no regresó jamás.
Dos años más tarde, Sabrina le contó a sus padres que extrañaba a Bigotes, así que ellos le regalaron otro gatito, con la condición de que lo cuidara mucho. Lo llamó "Gruñón", por la expresión típica de la raza "Persa".
Gruñón no era como Bigotes. Gruñón era todo lo contrario a Bigotes. Este antipático bicharraco detestaba las caricias, nunca estaba de humor para jugar y siempre la lastimaba con sus garritas.
Cuando Sabrina dormía, Gruñón se escabullía dentro de su habitación y le tironeaba los pelos, le rompía los juguetes y le robaba las pantuflas.
Siguiendo la condición de sus padres y extrañando más que nunca a su anterior amigo, Sabrina siempre abrazaba a Gruñón a pesar de sus ataques... le daba amor, lo alimentaba y lo invitaba a jugar, pero no había caso... este animalito no quería nada de eso.
Ella dejó de intentarlo y, desde ese momento, convivieron sin siquiera mirarse, sintiendo incomodidad en su propia casa, hasta que se olvidaron el uno del otro.
Yo creo que Sabrina entendió al final.
Si te encontraste con un Bigotes alguna vez, lo sabés bien. Cuando alguien te da su cariño incondicional, lo mejor es disfrutarlo y corresponderlo, porque no todos los gatitos del mundo son como Bigotes.
Si somos personas negativas y conflictivas, los Bigotes llegan una vez cada muerte de obispo y nos son enviados para que aprendamos lo que es el amor.
En cambio, si somos seres de luz, llenos de vida y alegría, es más común que atraigamos a esa clase de amistades cariñosas y lindas.
Si alguna vez encontrás un Gruñón, lo mejor es saber que esa clase de gatito no merece el esfuerzo. Aquellos que son amados con intensidad, pero no son capaces de verlo, siempre nos harán sufrir... y nunca debemos someternos al dolor por propia voluntad, porque siempre terminará volviéndonos fríos e insensibles.
A todos los Gruñones del mundo les deseo encontrar la paz en sus corazones... y a todos los Bigotes, no menos que un agradecimiento enorme por ayudarnos a entender que si queremos a alguien, lo mejor es construir un espacio de respeto, apoyo, cariño y bienestar. Ustedes son únicos y le dan combustible a la máquina que mueve al mundo.
Gracias por leerme.