Aquel idealismo en las manos del dibujante,
la nota inalcanzable en
el registro de ese soprano, ¿por qué no?
El color inexistente en la gama que ofreció la naturaleza
desde su primera
raíz hasta el último fruto.
¿Dónde quedaron esas palabras?
Aquellas de quien mejor se defendía con letras,
esas que desaparecen con una brisa de melancolía.
Vos música, yo dicción. Yo sueño, vos realidad.
Componiendo lentamente una melodía eterna,
volviendo a casa una y otra vez,
resistiéndome a escapar de tal inmortalidad
y saber que siempre hay alguien ahí que espera por mí.
Silenciarías el grito más profundo de la soledad,
robarías al destino sus textos, para transformarlos en poesía.
Plasmarías en un instante la historia del Universo,
la magia del sentir, la vana longevidad de lo espontáneo,
lo excitante del misterio, lo prohibido, motor del deseo.
Vos sueño, yo realidad.
No viviste, iluso errante, el tiempo suficiente
para imaginar lo sublime de esta invocación.
Ni aquel erudito pintor, cuyo arte se viera malogrado
por el primer atisbo de fantasía, único e inimitable.
¿Fueron suficientes las musas
para inspirar al intrépido héroe de esta perdición?
No es un árbol perdiendo sus ramas,
o una pirámide en un desierto milenario.
Es el núcleo de un planeta vivo,
el corazón de un ser inquieto,
la cápsula del tiempo oculta con meticulosidad.
Y después del "nunca", del "siempre" y del "tal
vez",
Vos, yo y un río que nunca deja de correr,
que siempre crece, mostrándose desinteresado ante la sequía.
Y que tal vez, en un futuro incierto
llegará al mar.
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