Y para colmo, todo cambió


Y para colmo, todo cambió.
Teníamos televisores, pero también una paciencia terrible.
Hoy elegimos lo que queremos ver, cuándo lo queremos ver y cómo lo queremos ver. Elegimos si las pantallas dominan nuestros días o son enemigas del aire libre. No lo son... ellas no desparecen ante la presencia del sol.
¿Nunca viste esas reunioncitas espontáneas de amigos en la calle?
Cuando se encuentran por casualidad, en vez de charlarse con atención, tienen la mirada hacia el suelo. No llega al suelo, la detiene la pantalla de sus celulares que hoy conectan con todo y todos.

¿Qué pasó?
Mirarse a los ojos es demasiado mainstream. Los "retrasados tecnológicos" cabalgamos sobre el indómito bagual de la paciencia hacia los distraídos "pantalleros". Mirame, que te estoy hablando.

No sabría si denominarlo "falta de respeto", porque también incluiría a los lentes de sol en las juntadas vespertinas.
No detesto las pantallas. Inclusive, una de ellas es mi medio de trabajo y expresión, como estarás leyendo.
Lo que realmente me incomoda, es la pérdida de la mirada de las personas. Antes me decían todo con los ojos... hoy lo único que dicen es: "Me llegó un mensaje".

 No me extraña que la gente se acostumbre a escribir sus sentimientos en una pantalla.
Yo he recibido más "te quiero" virtualmente escritos que personalmente dichos. Y no, por más que la red social tenga nuestro nombre, apellido, gustos y expresiones, no es algo personal. Personal es pararte adelante mío y sonreírme un "te quiero" sin necesidad de que tu cara se transforme en un insípido emoticón trillado.

Ojo, me gusta, me entretiene y me cede la porción de ocio necesaria para que la obligación no se vuelva tan tediosa... pero basta, un poquito de basta.
Basta, no de todo, pero de las exageraciones.

He escuchado historias de enamorados, cuyo primer "te quiero" ha quedado registrado entre los mensajes de la computadora. Histriónico. Casi un cinismo involuntario, diría. Víctimas de la corrupción de la comunicación, que se embarcó en la búsqueda incansable de incomunicarnos desde el momento en el que nos mintió con su nombre. 
 Triste, hasta para la reciprocidad de uno de los sentimientos más maravillosos del mundo, que debería ser motivo de fiestas aún más grandes y consecutivas que la del 14 de febrero.

Yo tengo a mi alrededor personas capaces de brindarte palabras de afecto sin necesitar una pantalla, pero también tengo otras que sienten que la única manera de vencer la incomodidad de enfrentar sus luchas, es esconderse tras las insulsas, escuálidas e inexpresivas palabruchas virtuales.

Hace algunos días que desconozco el paradero de mi teléfono celular. Es lindo no tenerlo conmigo.

Gracias por leerme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario