Un abstracto apego

Se sonríe, no entiende muy bien de qué se trata.
Alguna vez fue hombre, alguna vez fue flor, quizá hasta podría haberlo encontrado en los ojos de un ave, hace ya muchos años.
Se desliza entre la gente cual sisa volátil. Ligero pero insistente, como pluma presa del viento.
Se alebra ante la oscuridad, martiriza a los malnacidos. Se maravilla con un mundo que alguna vez le perteneció.
No hay reflejo que lo condene, ni musa que lo inspire. Viaja, porque solo así la energía se mantiene en movimiento.
A veces me llama, detenta mi cuerpo. Mi boca emite su voz, mis manos escriben su historia. Soy un simple medio entre su eternidad y nuestra fugacidad.
Ajeno a lo austero, cautivo de la osadía. Y quién sino yo, prófuga del sentido común, redactaría con suma paciencia un cuento mitral, que roza con la sinfonía de lo etéreo y lo tangible.
Mi humanidad le dio nombre, la fantasía, una imagen amigable. Es él quien se deleita cuando logramos lenguaje. Es él quien se abate cuando en la guerra lírica resulto dañada.
Busca en existir, la paz por la que vivimos luchando los que hacemos uso de la existencia. Encuentra, desnatado de la prole de aquella violencia, un camino sosegado entre sus labios y mis páginas.
Quizá mañana deba abrir la última puerta, la del adiós. Cuando parta hacia la luz nueva y ya no recuerde un pretérito turbio, la añoranza se incautará de mis días, enseñándome la senda de la acritud que demanda caminar el olvido.
Mientras tanto, él y yo trabajamos codo a codo por llenar hojas en blanco, descubriendo cada tanto, que hasta en lo más incorpóreo existe justicia por la proclividad y entelequia de prejuicios.
Amigo, anónimo para los que no quieren ver, prendado de los que ya no queremos cerrar los ojos.


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