Llena su copa y se levanta de la silla:
Propongo un brindis:
Mis padres me criaron en el ambiente que consideraron más sano. Me dieron un barrio seguro, todos los caprichos que tuve desde chiquita y me enviaron a una escuela católica, que tenía fama de ser una de las mejores opciones en cuanto a educación.
¿Saben?, la escuela enseña más que Matemáticas, Lengua, Historia y Geografía... es el primer lugar en el que aprendemos a interactuar con otros Seres Humanos en nuestras mismas condiciones, de nuestra misma edad... y con ello, a convivir durante años con las mismas personas, a mantener las relaciones frescas y saludables, porque estamos obligados a verlos a diario. Es un desafío aún mayor que el de aprobar las materias impuestas o el de levantarse todos los días a las seis de la mañana.
Nunca fui una persona superficial. Siempre que alguien me ofreció su amistad, la acepté sin apuntar a su forma de vestir, de expresarse, de vivir... y a raíz de esto, no conocí la soledad absoluta.
Allí conocí muchos individuos valiosos y otros tantos que me enseñaron la primera lección importante: No todas las personas son buenas.
Durante la primaria en el Colegio "Nuestra Señora del Huerto", tuve una sola amiga. Era la única persona con la que me sentía totalmente cómoda: sencilla, buena alumna y desinteresada de la opinión ajena y las costumbres de interacción social que se guiaban más por la apariencia que por la personalidad. Ella era tan parecida a mi, que en algún momento dejé de ser 'Mercedes' y pasé a ser parte de "Mari y Mer". Eso, para mí, era una bendición. Pasábamos las tardes enteras jugando juntas y no había nada que pudiera separarnos.
El resto de los chicos dejaron mucho que desear. Nos trataban de "inmaduras", por nuestras conversaciones, donde primaban personajes de dibujos animados y películas infantiles. Teníamos once años, ¿de qué otra cosa podríamos hablar?
Cuando pasamos al secundario, se volvió aún peor. Un grupo de chicos más grandes nos veía pasar y siempre se reían de nosotras. "Lesbianas", "Patéticas", "Balas"... lo mejor de toda esa historia, es que a ella no le importaba. Nunca le importó que nos dijeran esas cosas, porque ella estaba muy segura de quienes éramos y cuán bien nos sentíamos paseando juntas por el patio de la escuela. Toda la vida admiré esa capacidad de dejar que las cosas malas no la afectaran más que las buenas.
En fin, a los trece años me separé de ella, porque empecé a pensar como los otros energúmenos. En la última conversación, creí haberle dicho: "No podemos seguir jugando al Rey León, ya estamos grandes...". Si ella me viera hoy, se mataría de la risa de lo que dije seis años atrás.
Como paga el que invita, en un momento me di cuenta de que esa no era yo. Mis compañeros discriminaban a diestra y siniestra, no hablaban con alguien a menos que fuera un role model adolescente y por lo general, pensaban que los chicos de escuelas públicas eran unos burritos.
Mil veces le dije a mi mamá que ya no quería estar ahí. Mil veces ella me dijo: "Terminá la escuela ahí, no les des bola..." y mil veces la ignoré. Cansada de toda la violencia verbal cuasi disimulada, en noveno grado dejé de tomar notas, dejé de hacer tareas, dejé de estudiar... y como en esta clase de instituciones no aceptan repitentes, logré deshacerme de todo ese peso. Pasé los siguientes tres años en escuelas públicas.
Más allá de todo lo que aprendí sobre jamás dejar de lado a una persona por condiciones socio económicas, es decir, totalmente triviales... me instruí aún más en cuestiones que priman en el desarrollo de un ciudadano, como ser la política y el conocimiento de los derechos.
Lo único lamentable, es que aún seguía el pensamiento absurdo acerca de las nocturnas. "Están llenas de delincuentes y vagos", decían. Yo crecí pensando eso, hasta que me tocó terminar el quinto año en una de ellas.
La Escuela para Jóvenes y Adultos "Lorenzo Miguel", no era ningún refugio para canallas y ex-convictos.
¿Saben qué? Estoy muy orgullosa de haber llegado a ese lugar y jamás voy a olvidar lo que viví ese 2011.
Conocí una mujer llamada Patricia. No se si me alcancen las palabras para explicarles esto, pero ella fue el detonante de mi filantropía.
Ella siempre repetía: "Yo soy un cero a la izquierda". En el laburo la destrataban, en su casa estaba muy desvalorizada y realmente creía que no servía para nada. Pero muchachos... una persona que pisa sus 40 y tiene el valor suficiente para enfrentarse a la ignorancia y vencerla... jamás va a ser un cero a la izquierda en ningún ámbito de la vida. Pato fue la razón por la cual decidí que nunca me iba a dar por vencida con los que tienen el corazón lleno de sueños. Ella hoy tiene su título secundario, después de mucho esfuerzo y dedicación... y me enseñó que nunca es tarde para dar un paso más.
Me abrí también a Jackie, quien me enseñó que uno puede darlo todo por amor y nunca debe conformarse con lo que no le hace feliz. Leila, que me ayudó -con poquísimas palabras- a superar un tropezón reciente, por el cual el mundo se me venía abajo. Bren, que nunca dejó que me faltara la sonrisa cada noche de clases. Lucía, madre-leona, incansable luchadora, inspirándome aún más fuerza. Y así, cada uno de mis compañeros tenía algo importante para regalarme, aún sin saberlo.
Nunca encontré a los delincuentes. Nunca me crucé con una persona desagradable y jamás, en los nueve meses de clases, conocí a alguien que no tuviera nada para dar.
Un año me bastó para entender todo lo que jamás me había planteado. Un año me dio la fuerza mental para sentir que no hay muro indestructible, ni Ser Humano vano.
El 5 de diciembre del 2011 recibí mi diploma. No, no tuve una colación de uniforme, ni una recepción de vestido largo. No tengo fotos endiosada, ni tuve un peinado griego... pero esa noche tuvimos una pequeña celebración íntima con los maestros más apreciados de mi historia... y es algo que no cambiaría jamás.
Hoy quiero brindar por la diversidad, por las vueltas de una vida que no se cansa de enseñarnos y por cada una de las personas que me tocó conocer para ser quien hoy soy.
La frivolidad no deja moralejas. Las princesas no tienen más final feliz que un príncipe hermoso, un castillo enorme y una multitud de sirvientes. El resto de la historia se la pasa envejeciendo sin trabajar, con la única meta de su vida ya cumplida y viviendo de las proezas de su esposo.
A nadie le importa dónde cursaste tus estudios, mientras hayas aprendido lo suficiente para valerte por vos mismo. A vos no te influye el nombre del establecimiento, sino los nombres de las personas con las que forjaste amistades.
A mi me enorgullece haber formado parte de esta experiencia, de no cerrarme a los mitos e ir por las respuestas a todas esas preguntas que pensé, estarían inconclusas de por vida.
Gracias por darme el único motivo para querer ser parte de esto. Gracias por enseñarme que el amor no se termina en uno mismo, que cada Ser Vivo tiene una propuesta para cambiar mis planes, que las oportunidades no se terminan más que cuando uno lo decide.
Gracias por hacerme una mejor persona, sin siquiera haberlo programado como parte de sus logros.
A la Cuarta Promoción de la E.S.J.A "Lorenzo Miguel", con todo el cariño que mis palabras puedan brindarles.
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