Suspiro ligero, un invierno sin motivos
Abrió la última puerta del pasillo.
Ulula el viento contra la ventana,
nadie cree haberlo escuchado.
Quemará la soledad cuando descubras
una última instancia de este pánico atroz,
el calce perfecto para una historia con final dudoso.
Dame tu cruz, toma mi espada y esta fría pared.
Entrégales razones para creer que no todo se ha visto.
Burdo, dudando si vale un acróstico mal habido
Ante estas líneas que hoy dedico, sabrás a qué.
Cuando tomes mi mano la próxima vez,
extiende una esperanza entre mis dedos,
gana un lugar en tu cielo para mí
aunque cueste la mismísima razón.
Razón, que a veces es mejor no tenerla.
Abre las alas y echa a volar,
lentamente, con la sensación de las caricias.
Siempre que tengas un buen argumento,
oscuro será únicamente el manto que cubra
la última justificación para senda locura.
Será, por mal, será,
a mis ojos que dieron con la luz de aquella mirada,
banal, que la luciérnaga cayó en pleno vuelo y no sabías.
Etéreo y ciego, quizá más perdidos que ciegos.
¿Sutil o vulgar mentira...?
Que cada vez que rozo tu piel,
urdiendo intrigas, las manos se me hacen melodía
en esta hermosa tarde de eclipse solar.
Tendrás pocas palabras, serán las necesarias.
Entenderán que no hace falta,
que basta solo con el alma hablando.
Una imprudencia volátil,
instinto desgarrador,
enemigo de la costumbre,
rugiendo cual tigre enjaulado...
Otra vez, cegando al sol.
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