Una carta de amor.

"Hoy, amor, como siempre, el diario no hablaba de tí ni de mi...", cantan Sabina y Baglietto en mi oído.
Y yo, sin necesitar uno de esos días clave, te recuerdo. Ni un tercer domingo de abril, ni un doce de noviembre. Todos los días, un poquito.
No, amor, el diario no va a hablar de vos.
Tiemblo al escribir. No se si es el frío, dudo que sean los nervios. Lo que yo se, es que cada vez que tengo ideas, estás en mis manos.
Lo bueno, es que no necesito escribirte. Sentís lo mismo que yo y estás ahí, donde parece que falta algo.
¿Sabés? Un año atrás me seguía martirizando, pensando una y otra vez: "Nunca se lo dije".
Pensaba que era necesario decirlo, hasta que te apareciste en ese sueño, con tu camiseta negra y las clavas. "Pintame, que tengo que actuar". Y ahí nomás agarré ese delineador azul y te escribí un "Te amo" bastante loco, que se mezclaba con unas ondas que simulaban una brisa en tu cara. Me miraste con esa cara de: "Siempre lo supe, nunca necesitaste decirlo".
Me animé a mi misma, en medio de este reencuentro onírico.

No sabría si pedirte perdón por no haber entendido esa despedida, a la salida de aquel recital. No se si necesitás que te lo pida.
Estaba enojada. Me habías dicho esas cosas que se dicen dos cuando se enojan, que en realidad ni siquiera piensan. Y yo seguía enojada, como una imbécil.
Pero vos supiste que ese último abrazo quedó marcado a fuego en mi espalda, en mi pecho. No fingí cariño. El amor estaba ahí, en el medio. Lo único que fingí fue, por un segundo, no haber estado enojada. Desearía no haberlo estado.

"Todo siempre se podrá elegir [...] y si acaso no brillara el sol y quedara yo atrapado aquí, no vería la razón de seguir viviendo sin tu amor..."

Hoy escucho esas canciones que juran que uno no tiene que explicarse nada y te prometo que ya no busco explicaciones. Tan solo entiendo...
Sentía que todo había sido tan estúpido... 
Manos hábiles, que siempre habían sabido ser grandiosas artistas... pintando ahora un cuadro horrible. Esas manitos deberían estar hoy creando arte, con tu violín, con esas clavas, con las tijeras... parecía cada vez más ilógico.

Todos repiten una y otra vez: "Hay que superarlo". Yo creo que no se supera... simplemente deja de doler, para convertirse en una enseñanza más. Y, claro, un recuerdo extrañamente feliz.
De algo me arrepiento, porque uno se tiene que arrepentir de aunque sea una cosa. Yo me arrepiento de no haberme quedado un ratito más esa tarde de junio. Me arrepiento de no haberme ido con vos, en vez de acompañar a esa banda de inútiles a ser adolescentes una noche más. Si me hubiera ido con vos...
"Si hubiera...", verbo de porquería. Conjugado para arruinarnos la vida, para hacernos pensar en lo que fue, en lo que pudo haber sido y en lo que jamás será.
Si saco los "hubiera", me puedo quedar con lo que realmente fue y aún así, sentir que las palabras queman. Es inevitable.

Ahí, donde todos creen que estás, me senté. "¿Para qué llevás la guitarra?", preguntó papá. Creo que se sentía medio ofendido, pero no te podría decir algo que no se bien.Te juro que en ese momento no recordaba los acordes. Creo que empezaba con un La menor, pero lo arranqué en Fa, como en la parte del estribillo. A fin de cuentas, te pude cantar esa que nos erizaba la piel y decía:


"...voy a abrazar mis sueños,
 no los dejaré escapar.
Iré a donde me lleven,
porque me hacen fuerte.
Me hacen ser quien soy
Y voy a demostrarte que esto
es lo que siempre debí hacer..."

Y al terminar, sentí esa frase preciosa que te desgarra el corazón... esa que dice: "No lo olvides, nuestros sueños nos mantienen vivos". Y te vi ahí. Parada frente a mí... mientras la abuela me abrazaba. Sonreías. Sonreías con una sonrisa joven, con una sonrisa sana de hace muchos años atrás.
La paz que me inundó en ese momento, tiene nombre. Tiene nombre, apellido y una vida hermosa por delante. Esa paz era yo, entera, ya no más a pedazos. Eso que estaba roto en mí, se arregló repentinamente, con esa sonrisa etérea.
 Había dejado de doler.

La niña que vive en mí dejó de andar en penas, errante en un cuarto oscuro. Esa chiquita que me salía en los ojos, volvió a mirar al mundo con amor.

Hoy no busco explicaciones, solo entiendo que todo pasa por una razón.
Camino por la vida abrazando al aire y por donde piso, crecen flores de todos los colores que existen.
Pero tenés que saber que sin tu sonrisa, nada hubiera sido posible.
¿Que te amo?, lo sabés. ¿Que estoy arrepentida?, ya no importa... 
Lo que me aterra es alguna vez olvidarme de tu voz, de la calidez de tus saludos, de ese pecho enardecido, lleno de promesas... temo por mi memoria, pero es un temor necio. Es imposible olvidar aquello que es inmortal, aquello que vive y convive con nosotros todos los días, en el corazón.

Dieciséis años mirando por la ventana, dos meses disfrutando de lo que había en mi hogar. Y, a pesar de todo esto, siento que nunca te perdí.

Hoy, amor, como siempre, el diario no hablaba de tí ni de mí... pero eso ya no importa. Yo siempre voy a hablar de vos y vos siempre vas a hablar a través de mis manos.

La inmortalidad, lector... la inmortalidad se reduce simplemente al hecho de saber seguir vivo aún sin estarlo físicamente. Inmortalidad, es el disfrute de la presencia y el peso de la ausencia.
Y de esta manera, te dejo pensándolo tranquilo.
Gracias por leerme.





No hay comentarios:

Publicar un comentario