No es en ese momento, exactamente. Es más tarde.
Para ser exacta, en el momento en el que me acuesto a dormir.
Hace un par de años, mis viejos no entendían por qué "dormía" tanto. Me la pasaba encerrada en mi cuarto, acostada en mi cama... con la luz apagada... inmóvil.
No los acuso si pensaron que dormía, pero no es lo que estaba haciendo.
Lo digo ahora, porque sino me lo guardo y capaz que a alguno le resulta interesante esto que me pasaba y me sigue pasando ahora, pero en menor medida.
Ese evento, el de estar cómoda, calentita, en medio de la oscuridad, propicia otro evento muchísimo mejor.
Este último se trata de algo que se me hace bastante complejo de explicar, pero me lanzo como puedo a la piscina de esta extrañeza.
Cuando apago la luz, mi mente se enciende. Es lo que seguramente te pasa a vos, lector, cuando te ponés a pensar hasta que te dormís.
Bueno, en ese mismo campo, yo imagino.
A veces soy un caballero que tiene que enfrentar una encrucijada, salvar un reino, asesinar un dragón. Otras veces soy una oficinista que encuentra el amor en los brazos de un espía y, sin querer, me meto en medio de una misión y termino ayudándolo a desenmascarar una mafia.
No se si me explico.
Es buenísimo, porque todo se ve real, el espacio es perfecto, los tiempos también. Puedo organizar las cosas dentro de mi mente: Ese cuadro, lo quiero allá. Voy a sacar el reloj que está en la pared. Allá va a haber un árbol. Ahora va a entrar una chica por la puerta... mm, no, que sea un poquito más jovencita.
Y aparecen... aparecen repentinamente donde yo quiero que estén.
A los trece años me fascinaba y se había convertido en un vicio. Me acostaba a cualquier hora del día, así fueran las seis de la tarde. Apagaba la luz y entonces, un mundo que era de mi propia creación, aparecía frente a mí. Yo elegía quién quería ser, qué quería hacer y dónde quería estar.
Recuerdo haber sido un hombre adinerado que perdía todo de un día para el otro, también haberme metido en el cuerpo de una esclava negra que anhelaba libertad... inclusive en el papel de animales parlantes, como en los dibujos animados.
Ya para los dieciséis lo empecé a dominar mejor. A esa edad, cerraba los ojos un ratito, sin necesitar mi habitación.
Era maravilloso, porque me pasaba todas las mañanas en la escuela haciéndolo, sin que nadie sospechara que yo en ese instante no era una estudiante, sino un asesino a sueldo, posiblemente escapando de la policía.
A los diecisiete empecé a escribir cada historia que protagonizaba. Las hojas de mis cuadernos se llenaron de eso que podía ver con toda claridad con solo cerrar los ojos. A veces se tornaba un problema, porque pasaba demasiado tiempo en mis creaciones y muy poco en el mundo real. Pero... ¿qué es el mundo real frente a la posibilidad de generar tiempos, espacios, personajes... a gusto propio?
A los dieciocho elegí empezar a estudiar Letras, para poder describir lo mejor posible todo esto. Entonces, todos estos mundos van a ser posibles en papel.
No se si se entiende, pero cada vez que me veas un poco distraída, posiblemente es porque estoy jugando con esta maravilla que se me otorgó.
Yo, en mi cuerpito de Mechi, en mi vida de Mechi, en todos los lugares que frecuenta Mechi, puedo ser hombre o mujer. Niño, joven o anciano. Puedo ser un hada, una serpiente, un duende.
Puedo estar en un castillo, en una cárcel, en el reino de algún tirano. Quizá hoy, quizá hace veinte años, dentro de quinientos o en algún siglo pasado.
Soy creadora. En realidad, todos somos creadores, pero algunos no le dan importancia a eso.
Hola, lector. Estás en mi mundo. En este pequeño mundo que yo creé para vos. Lo voy a llamar "Cuando cae el sol", y vos vas a creer que sos un espectador.
Malas noticias... no sos un espectador. Acabás de ser el protagonista de tus propios quince minutos de maravilla infantil.
Así funciona.
Vos pensalo como quieras, pero la realidad es una sola: la imaginación no conoce esa cosa estúpida e insípida, a la cual llaman "límites".
Todo es posible. Ahí radica el "abrir la mente".
Sos dueño de vos mismo. Hacete cargo y disfrutalo.
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