Cuando uno ya sintió un abrazo, más tarde nace la necesidad. Es como si la piel guardara celosamente ese instante de comodidad y calidez, dándole un espacio singular a un hecho que pasa a ser parte de nosotros.
Es como el que tuvo sed y bebió agua. Después de haber probado el agua, la sed le resulta algo aún más vil.
También se me ocurre que uno puede relacionar ciertas sensaciones que, en esencia, son casi las mismas.
Yo en invierno voy a la facultad con ropa apretada, para combatir el frío. Cuando vuelvo a casa y me cambio... la sensación del algodón tibio, de algo más holgado, de estar en casa y saber que nada malo puede pasar ahí...
Esa misma sensación, llamamos Securitas Domus (porque recién estoy aprendiendo Latín y tiro palabritas al azar, como un bebé), la puedo llevar a millones de planos de la vida. Puedo compararla con un abrazo de alguien muy querido como un amigo o mis padres. Es básicamente lo mismo: El anhelo de seguridad, de calidez que deja tanto el hogar como esta acción.
En fin, yo diría que el verdadero hogar es donde uno puede sentirse bien y sin miedo, pero después tenemos un millón de sucursales nómades.
¿Qué es un abrazo? Bueno, exactamente eso. El abrazo es la actividad que sacia esta necesidad física de contención y cariño. A su vez, es un pequeño hogar temporal para no sentirnos tan lejos de casa.
En un abrazo te puedo decir todos los "te quiero" que mi boca no sabría expresar. Por ahí, las palabras no hablan tan específicamente como una caricia en un determinado momento.
Así que, dándole un significado a todo esto, cada uno de mis seres queridos construye una casita para mi a diario.
Me gustan los abrazos. Me gustan todos mis hogares.
Es más, te acabo de abrazar con un texto sin que te dieras cuenta.
Bienvenido a casa.
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